Durante muchísimos años la compañía a mis cuchillas de afeitar fue siempre la brocha y la barrita de jabón .
De aquel tiempo recuerdo las barras de La Toja, como uno de esos jabones de toda la vida, suave, de mucha calidad y nada abrasivo para la cara.
El rito de mojar la cara con agua caliente (yo lo hacía con la misma brocha) y luego untarla de este agradable jabón hasta conseguir una capa uniforme y compacta era la parte mas agradable del afeitado. Lo otro era el suplicio diario.
Sigo usando mi vieja brocha, de pelo de camello, y mi barra de La Toja, como algo simbólico y nostálgico, siempre que voy de viaje.
No se porque pero aún hoy, cuando estoy en la habitación de un hotel, necesito mi jabón de afeitar y mi brocha para sentirme a gusto, ayuda a que me sienta como en casa y no en un lugar ajeno, por ello en mi maleta, antes de cualquier viaje, tienen junto con la maquinilla y el cepillo de dientes una plaza preferente.
Ahí no valen modernismos.